viernes, 18 de enero de 2013

El irupé, una flor con leyenda, reapareció en una isla del río Paraná

Es una de las plantas acuáticas más grandes del mundo y de extraordinaria belleza, cargada de mitos, creencias y leyendas. El fruto del irupé es comestible y los indios guaraníes lo bautizaron maíz de agua.


El irupé (Victoria cruziana), una de las plantas acuáticas más grandes del mundo y de extraordinaria belleza, cargada de mitos, creencias y leyendas, ha reaparecido este verano para regocijo de turistas y amantes de la naturaleza en una apacible isla santafesina del río Paraná, frente a la costa de Granadero Baigorria.
La ninfácea más grande del mundo comenzó a desplegar toda su belleza en la zona de Bahía Carlota, en el islote de Los Mástiles, un terreno fiscal que pertenece a la provincia de Santa Fe, por lo que esta maravilla natural crece en un lugar público y de todos los santafesinos, que por estos días visitan ese lugar para observar su crecimiento.
El irupé, que en lengua guaraní significa ´plato de agua´, aludiendo así a las forma de sus hojas, a diferencia de otras zonas de climas tropicales donde se la puede ver durante todo el año, en esta región del Paraná, solo se la puede apreciar entre diciembre y mayo.
Los primeros pimpollos del irupé aparecerán en febrero próximo y este asombroso espectáculo de la naturaleza atrae a turistas y amantes de la flora autóctona.
“Esta es una excelente oportunidad para llegar hasta donde están los irupé, debido a que la altura del río Paraná permite el ingreso de embarcaciones menores hasta esas lagunas de aguas someras y claras donde crecen”, comentó a Télam Maximiliano Leo, a cargo del área relevamientos de flora y fauna del grupo ecologista ´El Paraná No Se Toca´.
Explicó que el irupé ha elegido para su crecimiento una isla fiscal de la provincia de Santa Fe, “lo que convierte a este hecho en una maravilla natural que crece en un lugar público y de todos los santafesinos, pero que lamentablemente no cuenta con un plan de manejo que pueda garantizar su sustentabilidad en el tiempo”, advirtió.
En ese sentido el ambientalista dijo que esta “renovada maravilla natural que aparece en esta isla que nos pertenece a todos, ayude a despertar conciencias para evitar que emprendimientos comerciales turísticos y/o ganaderos pongan en peligro la sustentabilidad de estos humedales prístinos”, donde ahora crece el irupé.
Porque según indicó “además de ser el ambiente que han elegido estas ninfáceas gigantes para crecer, son lugar de cría y estación de muchas especies de animales migratorias como el sábalo o el águila pescadora y de especies que sufren diferentes grados de amenazas como el lobito de río o el carpincho”.
Leo señaló además que el irupé es una planta acuática endémica muy presente en la cuenca de los ríos Paraná y Paraguay.
“La gente del norte del delta ya está viendo su floración que es hermosa, en cambio acá se verá recién en febrero”, indicó.
El ecologista agregó que la flor del irupé de unos 40 centímetros de diámetro, y dulce fragancia “permanece abierta durante el día. Al retirarse la luz, se cierra y se sumerge en el agua hasta el amanecer”.
“Es un hermoso espectáculo, y en mayo la gente que visita estos lugares donde crecen, ya sea en kayacs, lanchas o canoas, recogen las semillas de irupé que flotan como arvejas en el río, para embellecer estanques o espejos de agua en sus propiedades”, detalló.
El fruto del irupé es comestible y los indios guaraníes lo bautizaron maíz de agua.
Precisamente, una famosa leyenda guaraní relata que un día mientras paseaban por la orilla del río Paraná, Morotí (la hija de un cacique) arrojó su brazalete para que Pitá (el guerrero más valiente de la tribu) lo rescatara. Ambos se amaban con devoción.
Pronto se lanzó al agua el indio enamorado, pero no volvió a surgir de ella. Impulsada por el hechicero de la tribu, Morotí se sumergió también, buscando entre las aguas el cuerpo de su amado.
Pasaron las horas y ninguno de los dos volvió a la vida. Pero al amanecer vieron los indios flotar sobre aquellas aguas una flor extraña en la que el hechicero reconoció a la bella Morotí en los pétalos blancos y al intrépido Pitá, en los pétalos rojos. Era las almas de los amantes, encarnada en la flor del irupé.